Aventureros intrépidos a través de líneas conformadas por diminutas letras, buscadores incansables de información y de conocimiento, observadores sagaces del aspecto de cada texto, todos ellos se congregan en torno a un particular objeto, tan inofensivo como queramos, tan perturbador como sea necesario o tan reconfortante como el mejor amigo. Ese objeto al que reconocemos porque “nació perfecto”. Un artefacto milenario compuesto por un mecanismo tan simple y efectivo, pues no se descompone o desconfigura, ni jamás estará fuera del área de servicio… ¡imposible! Esto no sucede con un libro, ese espacio en el que navegantes sedientos recalan sus embarcaciones y abrevan página tras página los misterios que reposan dentro de las tapas.
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